[Crónicas]. La historia de dos lustradores

Los trabajos que forman parte de lo que se llama el rebusque en Colombia ofrece ciertas libertades: no hay horarios fijos; uno es su propio jefe; la creación de comunidad a través de la necesidad. Pero su informalidad deja mucho que desear.

Por:Matthew Dwelley Vie, 10/07/2016 - 16:41
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La historia de dos lustradores
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Es interesante escuchar a la gente hablar de lo que hacen. No importa cuán grandioso o servil sea su cargo. Todos tienen algo que decir y muchas veces sus palabras dejan ver lo significante que es su trabajo en sus vidas.

Hay dos tipos de lustrador de zapatos que habita el centro de Cali: el que tiene una caja dónde guarda sus herramientas de trabajo y camina debajo de las palmas en la Plaza Caicedo esperando reconocer a un cliente, o a una persona buscando una atención especial para sus zapatos; y el que tiene su puesto fijo con silla y sombrilla desde hace 12 años, que fue donado por la empresa de betunes Beisbol.

Raúl Armando es de los primeros. Es un señor de 53 años que lleva 20 años trabajando como embolador. “Yo he tenido otros trabajos … y trabajos buenos; trabajé con el gobierno, en EMSIRVA; y con la policía”, cuenta con entusiasmo, aunque también afirma que “la vagancia y la irresponsabilidad me cortó la oportunidad de pensionarme con una empresa”.

La pequeña caja de herramientas que tiene un pie formado de madera donde el cliente recibe su servicio, es el implemento más importante en la vida de Raúl. “Esta es para mi la mujer, la mamá, y toda mi familia porque ella es la que me da mi sustento”, explica mientras le da una mirada de admiración. Su oficio no es muy lucrativo; lo necesario para sobrevivir. Una embolada sencilla vale $ 2.000 pesos; $ 3.000 si es con champú y grasa de potro. Si el zapato requiere mayor mantenimiento como cubrir los desgastes con tinta o cambiarlo de color, estos servicios valen entre $ 5.000 y $ 10.000 pesos. Esas tarifas requieren que Raúl viva de una manera muy austera. “Yo gasto $20.000 pesos diarios, entre desayuno, almuerzo, comida y mi pieza que me vale $ 7000 pesos diarios. A las cuatro vienen a cobrarme la comida, así que tengo que rebuscar ese dinero para esa hora”.

Debido a un problema médico, Raúl no sale a rebuscar su dinero diario de otras formas, sino solamente cuando hay eventos especiales en el centro. Él cuida carros en diciembre, lo que le permite mantener su economía más estable durante la temporada. Afortunadamente, Raúl tiene unos clientes fijos, principalmente abogados y jueces que trabajan en las oficinas alrededor de la Plaza Caicedo, pero el trabajo no es lo mismo hoy que hace 20 años. Raúl ha observado una disminución de personas que acuden a los lustradores y supone que es debido al hecho de que muchas personas utilicen zapatos hechos en China, los cuales por ser más baratos, la gente no se preocupa por su limpieza. Eso, o el crecimiento del uso de la zapatilla, es lo que imposibilita una lustrada. Pero Raúl también ha transformado sus servicios: “Claro que hoy en día ofrecemos el champú para la zapatilla. Así subsistimos”.

Otro cambio que les ha afectado a los lustradores es el uso de espacio público. “En febrero de este año nos llevaron a una reunión en el edificio Lloreda. Pensamos que era para mejorar el servicio y que nos iban a ayudar, pero mentiras. Cuando salimos a las 10:30 de la mañana, el lugar estaba llena de policías”.  Por orden del alcalde, los lustradores fueron avisados que ya no podían estar en un solo punto sino que tenían que estar caminando. Por el momento han llegado a un acuerdo con la alcaldía para que ellos se pueden hacer por la acera, al otro lado de la carrera 5 de la plaza, pero de todas formas, los “cuidadores” del espacio público llegan todas las mañanas para asegurar que se cumpla la norma.

A pesar de los obstáculos que los lustradores de la Plaza Caicedo han enfrentado, ellos mantienen una ética clara sobre su oficio. “Lo más importante para mi es que el trabajo quede bien hecho, que la gente se vaya contenta. Ellos ven que un trabajo de $2.000 pesos quedó bien y te regalan otros mil o dos mil de propina. Esto se siente satisfactorio porque uno cree que se ha hecho las cosas bien”.

Embolador ... no, lustra botas o embellecedor de calzado.

Diagonal a la esquina dónde se hacen los lustradores ambulantes, está la calle 12, la calle Real. Por esta calle, llena de casinos y restaurantes que ofrecen almuerzos ejecutivos a los trabajadores del centro, se encuentran los vendedores de lotería y lustradores de zapatos que fueron reubicados por el alcalde Apolinar Salcedo hace 12 años.

Aquí es dónde Carlos Julio tiene su silla de trabajo y dónde lleva 21 años como lustra botas. “Embolador de zapatos … no. Lustra botas o embellecedor de calzado. Embellecedor de calzado y asesor de imagen. Eso es lo que hacemos acá. Embolador es un atropello al castellano. Un embolador sería alguien que quita la ropa de otra persona.”

Esta aclaración marca una clara diferencia entre el lustrador ambulante de la otra esquina y él que tiene su puesto fijo con silla y sombrilla. Darse un título como embellecedor de calzado es resignificar el trabajo y su valor representativo. Sin embargo, los lustradores de zapatos de la calle Real, como los ambulantes, también han sufrido una marginalización. Según Carlos Julio, fueron sacados de la Plaza Caicedo al mismo tiempo que los vendedores de lotería y los escribanos porque la alcaldía quería “ver el parque bonito”. Con el respaldo de betunes Beisbol de Palmira y la ayuda de un ex-alcalde fueron ubicados en una zona adyacente a la plaza con los permisos necesarios.

Otras distinciones de estos lustradores frente a los otros está constituido por lo que cobran los lustradores de esta calle: $ 2.500 para lustrar; $ 4.000 para champú y grasa. Pero estos pesos extras, que quizás son cobrados justamente por el privilegio de tener un puesto fijo con silla, no facilita la acumulación de un capital significativo. Las dificultades siguen igual en este lado de la plaza. “Uno gana 10, 20, 30 hasta $ 40,000 pesos al día; aunque no pasa mucho tampoco”, explicó Carlos Julio. “El trabajo es día a día. Uno llega y es una cosa de suerte que lleguen los clientes”.

Los trabajos que forman parte de lo que se llama el rebusque en Colombia ofrece ciertas libertades: no hay horarios fijos; uno es su propio jefe; la creación de comunidad a través de la necesidad. Pero su informalidad deja mucho que desear. La mayoría de trabajadores viven al día: no hay ahorros, no hay pensiones. Los dos lustradores tienen acceso a la salud a través del SISBEN que les proporciona el cuidado básico en casos de necesidad, pero nada más. En el caso de Raúl Armando, por no querer seguir el tratamiento recomendado por los médicos de la clínica, tuvo que responsabilizarse por su enfermedad y ahora no puede acudir a su EPS.

Sin embargo, los lustradores se sienten satisfechos con el desempeño de su oficio. Carlos Julio comentó algo muy puntual al respecto. Decía, “Uno se adapta al trabajo porque uno depende de eso. Es importante que uno se sienta bien con su trabajo. Sentirse bien te trae satisfacción.”

Aunque no es un oficio glamoroso ni uno que llena los bolsillos de quien lo realice, el lustrador de zapatos hace su trabajo; su disciplina de llegar a su sitio de trabajo todos los días con sus herramientas; de tener la disposición de saludar a la gente y charlar de lo cotidiano; y de limpiar zapatos ajenos hasta que brillen, beneficia al cliente. Su presencia en el centro de Cali es un recuerdo de unos valores de presentación personal que son importantes para muchas personas y una tradición de usar los espacios públicos como un lugar de encuentro y trabajo. Como decía Raúl Armando: “Hay un dicho: un parque sin lustradores no es parque”.